Enajenarse, sin duda, que no es bueno. Pero en ocasiones es
necesario. Si acabáramos con los males que azotan a la
humanidad, la necesidad de enajenarse caería en picado y
todos seríamos realmente más libres. Pues no
debemos creer a los teóricos burgueses, expertos en
sistematizar la vida superficial y en justificar el orden
existente, cuando nos presentan a la sociedad
capitalista como una sociedad libre, sin señalar que esa
libertad es
enajenante. Y enajenarse es perderse uno de sí mismo o
vivir algo para no ver otra cosa u olvidarse de ella.
El fútbol
y las señas de identidad
Todos los clubes de fútbol se convierten en
señas de identidad de
sus abnegados y sacrificados aficionados. Pero además de
eso, se convierten en señas de identidad de una localidad,
de una ciudad y de una nación.
Cuando se celebran los mundiales de fútbol, cada equipo se
convierte en representante de una nación.
Y es entonces cuando las banderas nacionales ondean en los
estadios y cuando los colores
nacionales visten a los aficionados. Aunque los futbolistas
tienen el honor de representar a una nación, no lo hacen
por amor a la
nación, sino por amor al prestigio y al dinero. Los
futbolistas españoles, sin ir más lejos, si
hubieran ganado el mundial, cada uno de ellos hubiera percibido
540.000 euros. Y son un total de 23 jugadores. Así que
todo tiene un precio,
incluso la defensa de los colores nacionales. Es la victoria del
dinero sobre la nación.
No nos engañemos sobre la realidad dejándonos
llevar por el entusiasmo futbolero. No seamos tan superficiales
hasta el punto de creer que la selección
española une a los españoles. No creamos en esos
símbolos y apariencias,
creamos en el contante y sonante dinero, que es el más
importante y poderoso de todos los símbolos. Esto todo el
mundo lo sabe: el fútbol se ha convertido en un enorme
negocio. El mundial de Alemania es el
más comercializado de todos los mundiales: el volumen de
negocio que moverá ascenderá a 12 mil millones de
dólares y los premios a repartir entre las 32 selecciones
superarán los 260 millones de dólares.
El fútbol y la
energía de masas
Cuando se observa la cantidad de personas que se mueven en
torno al
fútbol, el tiempo que le
dedican, la pasión e interés
que ponen en ello, uno no puede dejar de pensar cómo se
podría cambiar el mundo si esta enorme energía de
masas se empleara para fines más trascendentes: acabar con
la pobreza,
las guerras, las
discriminaciones, etcétera. Pero esto no sólo
sucede en el fútbol: se observa también en las
celebraciones religiosas y en los eventos
musicales. Hay ahí unas enormes energías de masas
empleadas, no para transformar el mundo, sino para divertirse y
enajenarse. Esto nos da una idea de hasta que punto la
irracionalidad domina nuestras vidas y cuánto derroche, no
sólo material sino también espiritual, se produce
en los países supuestamente más avanzados y
civilizados del mundo.
La confluencia de
intereses en torno al fútbol
En el fútbol se han fundido hoy día muchos
intereses: los de los propietarios de los clubes, los de las
empresas
deportivas, los de las empresas publicitarias, los de los
medios de
comunicación y los de los propios
futbolistas. Es una máquina de intereses que sólo
se preocupa de cómo sacarles a los aficionados y amantes
del fútbol la mayor cantidad de dinero de los bolsillos.
Esta alianza hace que los unos protejan y justifiquen a los
otros. Así el antiguo dueño de un club de
fútbol como el Real Madrid,
Florentino Pérez, acostumbrado a ganar muchísimos
millones de euros al año, ve razonable que los jugadores
ganen igualmente muchísimos millones de euros al
año. Y a su vez lo jugadores ven razonable que su club
haga lo imposible por aumentar sus arcas, aunque ello suponga la
explotación de los aficionados.
Jugadores y
aficionados
Eric Hobsbawm, prestigioso historiador marxista, en una
entrevista
publicada en Rebelión el 27 de junio de 2006, se expresaba
a tenor de este tema en los siguientes términos: "Pero el
fútbol, en general, está dominado por un
puñado de equipos europeos, como el Manchesterd United, el
Real Madrid, el Milan, etcétera, que, desde los
años 80, reclutan a sus jugadores en todos los rincones
del mundo. Algunos otros equipos europeos ganan dinero
descubriendo talentos en el exterior, comprándolos baratos
y revendiéndolos a los grandes. Eso viene ocurriendo con
frecuencia con jugadores brasileños y argentinos. Pero lo
paradójico de esa situación es que el atractivo
global del fútbol, que genera un enorme público del
que las translaciones como Nike sacan beneficio, se funda en el
atractivo nacional del juego". En
todo este discurso falta
el espíritu crítico y faltan los verdaderos blancos
sobre los que apuntar la crítica.
Los
futbolistas
Cuando Hobsbawm habla de que el fútbol está
dominado por un puñado de equipos europeos, plantea las
cosas como si la principal contradicción en el mundo del
fútbol fuera la existente entre los equipos grandes y
ricos y los equipos pequeños y pobres. Pero la
contradicción no es esa, sino esta otra: la existente
entre un puñado de jugadores que ganan cantidades
fabulosas de dinero y las grandes masas de aficionados. Los
explotados no son los jugadores, sino los aficionados. Las
grandes estrellas del fútbol forman parte de los
explotadores. Resulta, además, que estas grandes estrellas
son endiosadas por los periodistas deportivos y son puestos como
ejemplo ético para la juventud,
cuando en realidad no son un buen ejemplo. Porque no es un buen
ejemplo enriquecerse de modo desproporcionado y a costa de
explotar las necesidades de diversión y enajenación de los muchos.
La alianza de los
futbolistas con las empresa
deportivas
Nike, gracias al concurso de las grandes estrellas del
fútbol, aumentan sus ventas y, en
consecuencia, obtiene más beneficios. Y de esos beneficios
cobran las grandes estrellas de fútbol. Pero esos
beneficios no han sido generados por los futbolistas, sino por
los empleados de Nike. La mentalidad capitalista hace caer el
mayor esfuerzo sobre el que produce frente al que vende, mientras
que las mayores retribuciones las hace caer más sobre el
que vende frente al que produce. Así que cuanto más
venda Nike, cuanto más crezcan las necesidades de esa
prenda deportiva, los futbolistas que hacen publicidad de esa
marca,
más ganarán.
La atracción
por el fútbol
Hobsbawm habla de que el atractivo global del fútbol se
funda en el atractivo nacional del fútbol. Recordemos lo
que decía Marx en su
reflexión sobre el método de
la economía política: la percepción
del objeto crea la necesidad del objeto. El fútbol, como
objeto de la necesidad, es fruto de la percepción
continuada y reiterada por parte de la gente, percepción
que la televisión y la radio no se
cansan de alimentar. Y la necesidad que sienten los niños
de comprar una camiseta de Beckham también esta creada
porque la percepción de ese niño ha sido alimentada
por los medios de comunicación. La globalización sirve, por ejemplo, para que
el Real Madrid venda camisetas de Beckham por todo el globo, de
la que se aprovecha el propio Beckham. Así que la
atracción desproporcionada que genera el fútbol
sobre el mundo es obra de la
televisión y de sus intereses privados. Y de estos
privados participan las grandes empresas transnacionales y los
futbolistas transnacionales.
El fútbol como
manifestación del capitalismo
Marx decía del capitalista que su mentalidad era del
tal modo que en todo, absolutamente en todo, veía un
negocio. Y para que todo se transforme en un negocio, todo debe
transformarse en mercancía. Y esto ha sucedido con el
fútbol. Antes el fútbol estaba en manos de sociedades
deportivas y no se producía como mercancía. Pero
todo cambió: los clubes de fútbol fueron
transformados en sociedades anónimas y el fútbol
empezó a producirse como mercancía. Ha sido una
gran victoria de la propiedad
privada y del capitalismo
sobre la propiedad pública y el socialismo. Pero
muchos recordamos cómo eran los equipos de fútbol
de los países del socialismo real: sus jugadores eran
nobles en la cancha, percibían un salario normal, y
una vez que acababan su etapa deportiva retornaban a su trabajo. Eran
estrellas y eran muy admirados. Pero no se enriquecían ni
vivían como reyes a costa de explotar las necesidades e
ilusiones de las grandes masas.
La economía
convencional y el enriquecimiento desorbitado
¿Cómo explicar que Ronaldinho perciba anualmente
8 millones de euros del club de fútbol donde milita en la
actualidad? Los economistas convencionales recurren a dos
conceptos: ingresos de
transferencia y renta económica pura. El ingreso de
transferencia sería equivalente al dinero que
ganaría Ronaldinho en otra ocupación, por ejemplo,
de camarero. Mientras que la renta económica pura
sería la diferencia existente entre el ingreso de
transferencia y lo que percibe en concepto de
sueldo y prima del Fútbol Club Barcelona. De manera que la
mayor parte de lo que gana Ronaldinho es renta económica
pura. Para rematar esta concepción los economistas
convencionales hablan de individuos únicos. Así que
Ronaldinho es un individuo
único y por esa razón gana lo que gana. La
cuestión estaría, si quisiéramos evitar esta
injusticia, en encontrar otro futbolista que hiciera lo mismo que
Ronaldinho pero que cobrara menos. Así razonan los
economistas convencionales. Pero en verdad los conceptos de
ingresos por transferencia y renta económica pura no
explican para nada por qué Ronaldinho se enriquece del
modo tan exagerado como lo hace. Por el contrario, esas
categorías sólo sirven para confirmar el orden
existente y justificar el enriquecimiento desproporcionado.
¿Qué sabemos acerca del valor y su
naturaleza
llamando renta económica pura a la diferencia que hay
entre lo que Ronaldinho ingresa como futbolista y lo que
ingresaría como camarero? Nada, pero nada de nada.
Sólo tenemos un nombre. Pero como dijera Marx: nada
sé de una cosa sí solo sé su nombre.
Las
categorías económicas y las relaciones entre las
personas
Los economistas convencionales toman las categorías
como si expresaran cosas o propiedades de las cosas, mientras que
los marxistas las toman como expresión de las relaciones
entre las personas. Antes el fútbol televisado era
gratuito. No tenía precio. No era una mercancía.
Así que las relaciones entre los clubes de fútbol y
los televidentes no eran mercantiles. Pero una vez que esas
relaciones de no mercantiles pasaron a ser mercantiles, los
partidos de fútbol televisados adquirieron un precio.
Así que una parte de los grandes ingresos percibidos por
los clubes de fútbol, los derechos por retransmisiones
deportivas, se explica porque han cambiado las relaciones
económicas entre las personas. Pero para que la
retransmisión televisiva de los partidos de fútbol
se convirtiera en mercancía tuvo que producirse
previamente dos cosas: por un lado, la aparición de las
cadenas de televisión
de propiedad privada, y por otro lado, la transformación
de los clubes de fútbol en empresas capitalistas.
Así que los desorbitados ingresos de los clubes de
fútbol se deben a que las relaciones económicas
entre las personas ha cambiado: de ser meramente deportivas a ser
capitalistas. De manera que los ingresos desorbitados de
Ronaldinho no se explican por medio del concepto de renta
económica pura, sino por la constatación de que las
relaciones económicas entre los hombres han cambiado.
Basta con dejar de producir el fútbol como
mercancía y Ronaldinho dejaría de percibir el dinero tan
exagerado que percibe.
Los cambios
económicos y la costumbre
Todos estamos acostumbrados a ir a la playa, tumbarnos en la
arena a coger el sol y a
bañarnos en el mar. Todo eso no cuesta nada. Es un bien
público y todos lo disfrutamos. No obstante, en el lugar
donde vivo hubo un tiempo en que ciertos sectores empresariales
hablaron de la necesidad de que el disfrute de ese bien
público tuviera un precio. ¿Por qué? Porque
al Ayuntamiento le cuesta dinero mantener la playa limpia,
mantener en funcionamiento los balnearios y acometer todas las
obras de infraestructuras necesarias para el correcto disfrute de
ese bien. Los capitalistas suelen hablar de este modo: al
Ayuntamiento le cuesta dinero. Pero resulta que el Ayuntamiento
es la representación objetiva de la sociedad, de
manera que a quien le cuesta dinero es a la propia sociedad. Y si
es a la propia sociedad a la que le cuesta dinero, es la propia
sociedad quien debe disfrutarla.
Supongamos, no obstante, que esa tendencia se afianza y los
capitalistas logran transformar a la playa en una
mercancía y se deja en manos de una empresa
privada su explotación. A partir de entonces ir a la playa
costaría una determinada cantidad de dinero. Supongamos
ahora que han pasado veinte años desde que se produjo ese
cambio. Las
personas que tuvieran quince años les parecería
normal pagar una determinada suma de dinero por ir a la playa.
Les parecería normal que como la empresa que
explota la playa tiene una serie de gastos, cobrara
lo que tuviera que cobrar. Se trata sólo de que observen
cómo al cambiar las relaciones sociales entre los hombres,
puesto que la transformación de la playa de un bien
público en un bien privado es un cambio en esas
relaciones, un sector de la sociedad se enriquece, la empresa que
explota ese bien, mientras que el sector mayoritario de la misma,
la que hasta ese entonces disfrutaba gratuitamente de la playa,
ve mermada su renta disponible. Y la costumbre hace pasar por
normal lo que no es normal. Puesto que para la izquierda lo
normal es que las relaciones económicas entre los hombres
sean socialistas, mientras que para la derecha lo normal es que
las relaciones económicas entre los hombres sean
capitalistas. Dicho de forma más gráfica: la
izquierda quiere que las personas no se exploten los unos a los
otros, mientras que la derecha quiere que unas personas exploten
a otras.
Algo semejante ha ocurrido con la televisión y con el
fútbol. Antes, al menos en España,
eran bienes
públicos. Pero con la profundización de la democracia,
con la profundización de la libertad, se
convirtieron ambos en bienes privados. Lo que sucedió fue
que las grandes masas no se movilizaron para frenar esas privatizaciones y la izquierda no lo
impidió. Cuando EEUU se disponía a atacar
militarmente a Irak, millones
de personas salieron a la calle para protestar e intentar impedir
esa agresión. Desgraciadamente falta en la gente la
conciencia de que
las privatizaciones son tan graves como las guerras. Nos despojan
de nuestros bienes y nosotros dejamos que lo hagan.
Las
restricciones económicas
Primera restricción. Nadie duda de que la publicidad
sea una agresión y que haya en exceso, sobre todo en la
televisión y en la radio. Se ha
prohibido en los márgenes de la carretera porque afeaba al
paisaje. Del mismo modo se debía prohibir la publicidad
estática en los estadios y la publicidad en
las vestimentas deportivas. Puesto que las empresa no tienen
derecho a estar constantemente bombardeándonos para
excitarnos a consumir.
Segunda restricción. Debería quedar prohibido
que cualquier famoso haga publicidad a favor de cualquier
producto.
Puesto que sabemos que no hace publicidad de ese producto por las
cualidades que tiene, sino por el dinero que le paga la empresa
que vende ese producto. Todo no puede ser vender y vender.
Tercera restricción. Los precios de las
entradas de fútbol deben se establecidas por el Estado. Y
para ello los clubes de fútbol tienen que retornar a ser
sociedades deportivas y dejar de ser sociedades
anónimas. Los precios de las entradas de la final del
mundial de Alemania 2006 ascienden nada menos que a 768
dólares. Esto es una forma descarada e impune de
explotación de masas. Con todo esto debe acabarse.
Con estas medidas no se están restringiendo las
libertades de nadie, sino cambiando las relaciones
económicas entre las personas, de manera que los pocos no
exploten a los muchos. Como dice Marx en la cita que encabeza
este trabajo: el hombre es
un ser social. Pues bien, los frutos y los disfrutes de los
grandes acontecimientos sociales también deben ser
sociales.
Es necesario limitar los ámbitos de existencia de las
formas mercantiles. Todo no puede ser mercancía ni todo se
puede convertir en un negocio. Esta sociedad capitalista que se
presenta a sí misma como defensora de los derechos humanos,
que no cesa de vociferar que no hay valor más grande que
el propio ser humano, pues bien, que libere al hombre de la
deshumanización mercantil y monetaria, que cree espacios
donde quede prohibido absolutamente la existencia de las formas
mercantiles.
Francisco Umpiérrez Sánchez
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